Sin embargo, y si en vez de hacer esto, en vez de hacerte esa pregunta cuya respuesta va a ser tan opuesta a la verdadera emoción, yo te propusiera que hicieras un dibujo, que usaras tu cuerpo para buscar una determinada posición, que te pusieras en los zapatos de un personaje o que modelaras una figura con barro… y no te dijera por qué, simplemente te pidiera que lo disfrutaras y que no pensaras aunque yo sabría que lo estoy haciendo para poder trabajar con tus miedos.
Entonces ¿qué pasaría? pasaría que tras mirar a tu obra de arte o tras recoger las sensaciones de lo que acabas de vivir y compartirlo conmigo, y tras una guía por mi parte acabarías hablando y conociendo más a tus miedos de lo que ninguna respuesta racional te hubiera podido permitir.
Y además lo harías sin sufrir, sin pasarlo mal, sin tener que protegerte porque tú estarías hablando de tu obra de arte, no de tu miedo. Aunque al final ocurriría que con mis preguntas te acabarías dando cuenta de que de lo de que realmente estás hablando es de tus propios miedos sin ni siquiera darte cuenta, por lo que no te habría dado tiempo a juzgar tus respuestas, a cortar tus palabras o a protegerte de ser expuesto.
Esto sucede porque cuando utilizamos el arte para trabajar el autoconocimiento lo que está sucediendo es que mientras que tú estás ahí entretenida creando o disfrutando sin pensar en por qué lo estás haciendo… coge tu inconsciente y piensa “buah, esta es la mía, ahora que está entretenida me toca a mí, es mi turno” y entonces ocurre que esa voz interior a la que siempre callas comienza a hablar por tí sin que tú te des ni cuenta. “Ahora sí que me vas a escuchar, cuando termines de hacer lo que estás haciendo te vas a encontrar con lo que te ha preparado, te vas a encontrar contigo misma”.